sábado, 2 de octubre de 2010

De caza al estilo Delibes


Las nuevas generaciones de cazadores piensan en el mañana y son conscientes de que para practicar su afición deben velar por el futuro de

las especies cinegéticas.

Los Pedroches se quiebra tres veces. Por el Sur, en el escalón de Sierra Morena hacia el Valle del Guadalquivir; por el Noreste, en las ajustadas vegas del Guadalmez, y al Noroeste, la c
omarca abre horizontes hacia Extremadura, en una transición montañosa leve, salpicada de dehesas poco tupidas de encinas y plagadas de retamas que son escenario de las más variopintas cacerías desde tiempo inmemorial. Alfonso
XI cita estos pagos en su Libro de la Montería como escenario de capturas de osos allá por el siglo XIV y los condes de Belalcázar hicieron de estos anchos predios su cazadero durante los primeros compases de la Edad Moderna. Hoy sigue siendo uno de los entornos cinegéticos más apreciados de la provincia y aunque l
a caza ha cambiado mucho, todavía se puede practicar con la única ayuda de la escopeta y el perro. No hay sitio para los grandes ojeos del pasado porque la perdiz ha disminuido mucho y, aunque la liebre abunda y el conejo todavía no termina de recuperarse de sus plagas, es preciso velar por el futuro de las especies de caza cada vez que uno sale al campo. Las nuevas generaciones de cazadores tienen claro que hay que
conservar para seguir practicando esta afición que cuenta con más de 400
.000 seguidores en toda Andalucía. Más que nunca, los preceptos que marca Miguel Delibes en su vasta literatura relacionada con la caza, deben cumplirse y los miembros de la cuadrilla que gestiona las veg
as bajas del río Zújar tienen muy claro que sólo "cuidando el campo" podrán seguir saliendo cada domingo con la esperanza de un número razonable de capturas.

"Ya no es como en tiempos de nuestros padres. En este mismo coto se podían llegar a matar en un sólo día más de 400 conejos; hoy no los tiramos porque estamos repoblando para intentar recuperar la población", afirma Miguel Márquez mientras apura el café de las 07:45 en el bar Estéfani de Alcar
acejos, donde han quedado los siete integrantes de este grupo de cazadores. La caza "hay que trabajarla", tercia Juan Carlos de la Torre, quien señala como ejemplo que "en el coto no hacemos posturas, sólo cazamos en mano y de vez en cuando damos batidas para intentar regular la población de zorros, que es demasiado abundante".
Pero ¿qué significan las posturas? ¿qué es cazar en mano? La postura es un trampa. Está prohibida pero sigue siendo una práctica muy extendida. Consiste en dividir en dos grupos la cuadrilla de cazadores. Una parte se coloca en unos puestos fijos y la otra jalea la caza en dirección a las escopetas. La prop
uesta es mucho más mortífera que la caza en mano, a la que hace referencia Delibes en su obra Diario de un cazador, en la que los cazadores avanzan en una línea arqueada intentando, a base de piernas y puntería, asegurar las capturas. "Si en este coto hiciéramos posturas multiplicaríamos por tres el resultado, pero no tiene mérito matar una liebre parada delante del puesto", sostiene Pedro García, otro de los miembros del grupo.

Sobre las 08:30 los cazadores llegan al acotado. El día amenaza lluvia pero por los claros que se atisban en las estribaciones de Si
erra Morena que entran en
Extremadura -el Zújar es una larga frontera entre Córdoba y Badajoz- se filtra el sol. El paisaje, de un verde parduzco, es impresionante porque las lluvias de septiembre han hecho brotar las primeras briznas de hierba. Lo primero es considerar el terreno a batir. Este coto tiene 360 hectáreas y normalmente se divide en cuarteles. "Nunca cazamos la misma zona y hay una parte de reserva de unas 80 hectáreas en la que no entraremos este año", apunta Miguel Ángel González. Juan Carlos apunta que "hoy entraremos desde los llanos altos del coto hasta el río, y después recorremos la ribera hasta dar la vuelta y llegar a la zona en la que empezamos".

Esta maniobra envolvente tiene como objetivo ir empujando la caza hacia la
s zonas más querenciosa de la finca, donde tienden a refugiarse las perdices y las liebr
es. El conejo es más estático, apenas sale de 10 ó 12 hectáreas de terreno. Es muy territorial. La perdiz también tiende a vivir siempre en la misma zona pero una patirroja que aproveche las pendientes que dan al río puede recorrer grandes distancias sin apenas mover las alas. "Su peso volando de arriba a abajo es su mejor defensa", apunta Miguel Márquez.

Una vez decidido el cazadero se sueltan los perros. La escena recuerda a ciertos pasajes del prólogo-dedicatoria de Diario de un cazador: "A esos amigos cazadores -digo- de buen corazón y mala lengua, para quienes cazar en mano continúa siendo un deporte, pese a que la perdiz y la liebre se muestran cada día más reacias a aguard
ar amonadas en un chaparro". Pues para evitar que la perdiz y la liebre se escabullan haciendo uso de sus técnicas de ocultación y camuflaje están los perros.
Imprescindibles no sólo para abultar el morral, sino para que el cazador pueda hacer las cosas como siempre se han hecho. "Cazar sin perro no es lo mismo. Al perro lo crías desde pequeño, lo adiestras, cuesta mucho tener uno bueno pero cuando ves cómo te muestra una liebre y se la matas cerca del hocico, la sensación es muy distinta a cuanto la caza se mata sin el compañero", apunta Emilio Márquez.

Nada más abrir la trasera del remolque los perros saltan. Ninguno tiene pedigrí. No son estos cazadores de mostrar la cartilla de pura raza, ni de vacilar en el bar de que su perro ha ganado mil concursos. No. Importa la resistencia y la efectividad y, sobre todo, la complicidad. Con los que hoy se caza son cruzados de bretón con mayor o menor pureza, podenco, braco y setter. Variado abanico de canes que se ponen nerviosos y pugnan por cruzar la alambrada, el único obstáculo que les separa de la caza.
Silbidos y voces conducen a los perros al cazadero y pronto se hace el silencio de nuevo. Nada más cruzar un arroyo salta la primera liebre. Es poderosa. En décimas de segundo se pone de 0 a 40 kilómetros por hora. José Carlos Antolí enfila la escopeta y dispara de forma certera. La liebre queda patas arriba. Es un animal que parece vulnerable en el llano, pero en cuanto hay algún matorral o algún impedimento desarrolla la admirable capacidad de correr siempre en la dirección contraria a la favorable al cazador. Luego, en la zona de retamas, no paran de saltar las liebres, pero los cazadores apenas tienen tiempo para componer el disparo. Algunas caen. Hasta siete. Vuelan las perdices. Hay que correr, literalmente, detrás de ellas, pero es complicado. Emilio consigue abatir una que arranca hacia la derecha de su escopeta. Los perros laten -se llama así al ladrido fino con el que ladran a las piezas- y Miguel Ángel deja pasar el conejo sin tirarlo, pero uno de los bretones le da alcance y lo coge. Eso también forma parte del juego.
La mano de cazadores se tensa. Es el final de la jornada y las liebres han quedado recogidas en una zona bajada del coto, junto al Zújar. Alguna consigue huir a Extremadura. Sólo tenía que cruzar el río. El perro de Juan Carlos saca de su encame otra rabona. Apunta, dispara y la abate. Con parsimonia la guarda en el zurrón. La breve llovizna deja sitio al sol. Hace calor. Es hora de dejarlo. El embutido de Los Pedroches, la buena conserva y el pan comprado en El Vacar hacen acto de presencia. Han caído siete piezas para siete cazadores. Es poco, pero da igual. Importa más lo que queda en el campo.


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